A Darío le gustaban dos cosas: el sol y los libros. Por eso, siempre se sentaba en la escalera de su edificio a leer en donde el sol no era tan fuerte como para broncearlo e interrumpir su lectura ni tan débil como para no sentir el calor que abrazaba su piel. Pero esta vez no había sol, era domingo y estaba nublado y Darío se negaba a ceder frente al entretenimiento contemporáneo, es decir, una serie en Netflix, un juego en línea o cualquier cosa que se aleje de lo analógico “Cosa ‘e mandinga” se adelantaba a murmurar cuando alguno de sus amigos lo intentaba incursionar hacia la diversión digital. Así como se negaba a esto también lo hacía -rotundamente- al hecho de leer cuando no había sol, por lo que un día como hoy las cosas se le complicaban. Jamás imaginó un escenario así, un domingo sin sol, pues el resto de los días nublados -cuando no era domingo- los pasaba en el trabajo.
Decidió salir. Adentro no había mucho pero afuera sí. Disfrutaba rotundamente de admirar los paisajes urbanos, fotografiarlos, guardarlos en su retina, quedarse horas y horas con su visión puesta en la ciudad. Aunque eso, en ocasiones, le traía problemas pues en sus innumerables citas se quedaba inmovilizado viendo un poste, una calle o una fachada, haciendo que su cita en cuestión se harte de él. Pero esta vez estaba solo. Tomó sus llaves, su billetera, un paraguas y salió. Cuando dió el primer paso hacia afuera se encontró con un paisaje bastante común, la gente frenética caminando por la calle, autos y motos acaparando sus oídos con sus estruendosos escapes y un clima espeso como salsa bechamel.
Normalmente, cuando una persona sale de su hogar suele ser para hacer algo, un tramite o un mandado pero Darío solo buscaba diversión por lo que no tenía muy claro a dónde ni cómo ir. Como era normal en él decidió guiarse por su corazonada por lo que tomó su linea de subte favorita, la “H”. Su admiración se debía a las extensas y ostentosas estaciones que la conformaban y ese amarillo furioso que la representaba. No todas las personas tenían la delicadeza de reparar a pensar cuál era su linea de subte favorita y por qué, pero Darío sí. Se dirigió entonces hacia la estación Córdoba que quedaba solo a unas calles de su apartamento, no solía salir los domingos pero como era de esperarse en este tipo de días la ciudad está un poco mas calmada y permite a los turistas -y las personas como Darío- disfrutar de la urbe.
La buena suerte lo acompañaba pues apenas pasó el molinete el tren estaba ya ingresando a la estación. Al entrar se dió cuenta que no era uno de los subtes antiguos sino que era de la nueva tanda de coches que el gobierno proporcionó desde China. Darío era anticuado y a pesar de que, en parte, le gustaban los nuevos coches por la higiene, no le gustaba que las cosas viejas dejen de funcionar para darle paso a las nuevas. Ese pensamiento invadió a Darío hasta que el pitido de cierre de puertas lo devolvió a la realidad. Se paró en frente del cartel que indicaba las estaciones para decidir -aleatoriamente- en qué estación bajar. Se quedó un rato mirando.
-Parque Patricios- exclamó como alguien quien piensa en voz alta
Un transeúnte se dió vuelta y lo miró extrañado a lo que Darío respondió apartando su vista hacia la ventana del tren. Se puso a observar que cada estación poseía un color de venecitas propio, por ejemplo las venecitas de la estación Corrientes eran de un rojo barbacoa y las de Once eran verde manzana. Se preguntó si había alguna razón especifica por la cual cambian los colores de las venecitas -¿Será por seguridad?- se preguntó buscando una respuesta en sí mismo, pero no lo entendía. -No, por seguridad no es- se respondió -¿Entonces? ¿Por qué corno cambian los colores de las venecitas?- se repreguntó enojado con quien haya tomado esa decisión. La voz metálica que anunciaba la próxima estación lo interrumpió
-Proxima estación: Parque Patricios. Descenso por el lado izquierdo- se oyó al unísono.
Así como lo indicó la voz metálica, Darío se posicionó en la puerta del lado izquierdo para bajar. El tren se detuvo y Darío bajó cual coreografía de baile. Se dirigió junto al tumulto hacia las escaleras donde un cartel despampanante indicaba la salida. Otra vez, Darío se encontró con el paisaje ruidoso y frenético al que ya se había acostumbrado y sin mucho preámbulo comenzó a caminar sin rumbo alguno. Le gustaba caminar y más si la caminata no tenía rumbo, esa era otra de las cosas que no lo hacía muy exitoso en las citas, pero esta no era una cita ¿o sí? -¿Se puede tener una cita consigo mismo?- se preguntó, no entendía mucho el concepto de cita, en realidad, no entendía como lo utilizaban pues a veces era usado para referirse a una reunión, otras veces lo utilizaban si tienen turno con el doctor y otras veces se utiliza para el amor, eso le molestaba a Darío, que una sola cosa sea utilizada para muchas más. Según él cada cosa tenía su función y no se le debían agregar más funciones así como el corazón solo puede amar a una persona y no a varias. Su discurso monogámico fue interrumpido por una gigante construcción que se interpuso en su camino, era el inconfundible Tomás Adolfo Ducó también conocido como “El Palacio”. No era muy fanático del fútbol pero sí de los paisajes urbanos y este indefectiblemente era uno de ellos, se quedó un buen rato observándolo, sus tribunas, sus colores y su inigualable torre que pronunciaba en vertical “HURACÁN”. Continuó su viaje.
Mientras doblaba por Monasterio se comenzó a preguntar quién fue Tomás Adolfo Ducó y por qué tal construcción poseía su nombre, comenzó pensando que fue un futbolista perteneciente a la institución pero luego de fugazmente leer la fecha de fundación del estadio en un cartel de chapa junto con el nombre de su arquitecto se dió cuenta que ese tal Tomás no era nada más ni nada menos que un militar que también fue dirigente del “globo”. Generalmente, toda persona normal hubiese hecho esa misma investigación mediante Wikipedia pero Darío no, él era un hijo del rigor en cuanto a lo digital. Su paso comenzó a aminorar cuando un agradable violonchelo discrepó con el ruido del tráfico. Darío fue a donde provenía el sonido y ahí estaba, una chica flaca sentada en un banquito moviendo fervientemente sus manos para hacer sonar el instrumento. Darío se sentó en frente mirando el paisaje y aprovechando a ratos para mirar a la chica en cuestión y a su prominente violenchelo, ella seguía tocando y el seguía mirando, por ese instante Darío dejó la observación frívola de las cosas y las interrogantes como el por qué las venecitas cambiaban de color, cuántos usos se le daba a la palabra “cita” o cualquier otra interrogante que ocupaba su pensamiento y opacaba su sentimiento. Pero este no era el caso. No. Darío estaba pensando de otra manera o ni siquiera lo hacía, no pensaba, sentía.
La chica no era tonta, se dió cuenta de cómo la miraba Darío. Pasaron las horas, se hicieron las cinco, luego las siete y finalmente las ocho fue la hora en la que la chica decidió dejar de tocar. Guardó su prominente instrumento en un estuche que encajaba a la perfección y comenzó a acercarse lentamente hacia Darío.
-Si vas a mirar el show, al menos aportá- dijo mostrándole la gorra
Darío se rió mientras sacaba algunos billetes de su bolsillo
-Te estoy jodiendo pero gracias por aguantar por tanto tiempo mi música, no todos pueden- dijo mientras devolvía la gorra a su lugar original
-Bueno, fue todo un placer en realidad- respondió Darío con un poco de nerviosismo interno
-Bien, que bueno oír eso. Por cierto, ¿tenés algo que hacer ahora?. Porque realmente no tengo muchas ganas de volver a mi departamento y me gustaría saber el por qué un hombre como vos desperdició tanto tiempo ahí sentado escuchando mi violenchelo- dijo con una confianza que parecía innata
-Me encantaría aunque no dejo de sorprenderme por tu inmediatez, quiero decir, no sé ni tu nombre- le respondió Darío
-Soy un poco impulsiva a veces, tenés razón, pero me guío por corazonadas. Anahí es mi nombre, ¿el tuyo?-
A Darío le gustó eso de las corazonadas.
-Darío, un gusto- dijo mientras se levantaba del banco y extendía su mano
-Tenías cara de Darío- respondió Anahí estrechándole su mano
¿Y cómo es eso de tener cara de Darío?- dijo riéndose
Te lo explico en el camino- respondió Anahí
-¿En camino hacia dónde?-
-Hacia un café, bah, ¿querés tomar café?-
A Darío le sorprendía extremamente la espontaneidad que Anahí llevaba consigo pero al mismo tiempo le encantaba que tome la iniciativa.
-Me encantaría pero no conozco mucho la zona-
-Tranquilo, te voy a llevar a un lugar que te va a gustar-
Comenzaron su caminata y Darío se encontraba entre confundido e intrigado, la situación era extraña y atemorizante en cierta forma era raro que una persona de la calle que recién conoce lo lleve a un café así de la nada. -¿Y si es un secuestro?- se preguntó mientras descartaba la idea -No, no puedo ser tan cagón de sacar esas teorías- se reprimía. Toda teoría y lectura fría que intentaba llevar a cabo Darío era rápidamente interrumpida por Anahí, no por sus palabras, sino por su presencia, el amor tal vez. Aunque Darío no lo quiera aceptar estaba ahí frente a lo que vendría ser un amor a primera vista, no era común y mucho menos en él que no daba pie con bola con las mujeres pero en este caso se sentía más confiado que Gabriel Barbosa en una final.
-Entonces… ¿Entendiste por qué tenes cara de Darío?-
Darío no había prestado atención a lo que había dicho Anahí
-Sí, es una buena teoría- respondió intentando zafarse de la situación
Llegaron. El ambiente es agradable y cubierto por maderas bien barnizadas. Se sentaron. La camarera se acerca a darles la carta.
-Buenas tardes. Les dejo la carta así chusmean que hay y me dicen- dijo mientras extendía dos grandes papeles, uno para cada lado
-Dejá. Ya sabemos lo que vamos a pedir. Dos Carajillos por favor- respondió con esa confianza que ya era parte de ella
Darío la mira con un gesto de sorprendido pero confiado a la vez
-Bien, ¿al coñac o al whisky? -
-Coñac- respondió Anahí sin pensarlo demasiado
La camarera se va y la mirada de Anahí se dirige hacia Darío
-¿Habías probado el Carajillo alguna vez?-
-No, y no tengo la más remota idea de qué se compone ese trago . Tengo miedo de ser envenenado- soltó bromeando
Anahí ríe despacio
-No, no tranquilo que eso no se me da muy bien -
-Ah, ¿ya lo habías intentado anteriormente?-
-Envenenarlo de amor, sí -
A Dario le sale una carcajada
-¿Y cómo es eso?-
-Como ya te habrás dado cuenta, me gusta tomar la iniciativa y soy bastante confiada de la gente, eso obviamente me ha traído problemas pero al mismo tiempo me dió sorpresas y para qué queremos vivir si no es para sorprendernos. Así como tomo la iniciativa también soy la primera que abre su corazón y para mi eso es llenar a alguien de amor-
-Envenenarlo - completó Darío lanzando una sonrisa
-Se podría decir que sí - dijo Anahí replicando la sonrisa
-Este, entonces, es tu modus operandi-
-¿Cómo?-
-Claro, te pones ahí en el parque a “pescar” con tu violenchelo a algún pez que caiga y lo llevas a tomar un café de extraña procedencia-
Anahí ríe.
-Me gusta esa analogía, se podría decir que sí entonces, ese es mi modus operandi. Pero yo elijo a los peces-
-Entonces… ¿me elegiste? -
-Sos rápido-
-Cuando quiero sí-
Los dos ríen. La camarera se acerca a la mesa con los dos Carajillos y los coloca, al igual que con la carta, uno para cada lado.
-Así que ésto es el famoso Carajillo, tiene buena pinta- dijo Darío
-Vos tomalo y ahí me decís- soltó Anahí
Dario toma un sorbo largo, al principio el sabor no se hace sentir pero unos segundos luego todos los condimentos se esparcen por su paladar y siente el verdadero gusto. La ambigüedad de sensaciones de Darío no sólo pasaba por el Carajillo sino también por la persona que tenía enfrente.
-¿Y? ¿Qué pensás?- preguntó Anahí
-Está bueno, eh -
-¿Viste? Tanto que lo criticabas… -
Anahí toma un sorbo del suyo
-No lo critiqué, hey - lanzó Darío
-No directamente, pero tus gestos no esconden mucho -
-Es cierto, pero hay que saberlos leer-
-¿Y yo te leo bien?-
Darío se quedó pensando. ¿Qué es eso de leer bien a alguien?. ¿Cómo se responde?. Toma otro sorbo.
-Habría que averiguarlo- respondió Darío sin saber bien lo que dijo
-¿Y cómo se averigua eso?- replicó Anahí
-Con tiempo- respondió Dario que aún no procesaba su respuesta anterior
-Interesante-
Darío tenía miedo de fallar. No quería que esa química tan espontánea se eche a perder pues la mayoría de las veces así terminaba todo. Él siempre era preciso con sus respuestas pero el tiempo era su enemigo, no lo dejaba pensar correctamente y a veces se le escapaban cosas que en realidad no pensaba. Darío toma otro sorbo casi en sincronía con Anahí.
-Igual, ¿no es peligroso tu modus operandi? - dijo Darío retomando la conversación
-¿Cómo? -
-Claro, hay cada loco en la calle que no es muy seguro agarrar y acercarse a un hombre solitario, hay que tener cuidado -
-Ya te dije. Yo los elijo -
-¿Bajo qué criterio?-
-Tengo una especie de radar que me marca quienes son buenas personas y quienes no -
-¿Y si falla?-
-Nunca pasó-
-¿Y si pasara?-
-De algo hay que morir- lanzó Anahí
Otra vez Darío se encontraba totalmente confundido. Él se guiaba por corazonadas, sí, pero para cosas sin mucha importancia como qué hacer un domingo nublado o qué línea de subte tomar pero no para elegir una pareja. Le daba miedo ese libre albedrío que Anahí llevaba consigo.
-Las personas pueden ser muy malas, Anahí - soltó Darío
-Prefiero pensar que no lo son, no me quiero encerrar en ese pensamiento de miedo. Además, yo no salgo a fiestas, no voy a boliches, no viajo, quiero decir, la mejor forma que encontré es esta -
-Sí, entiendo, pero igual me parece arriesgado -
-Prefiero arriesgar y confiar en mí misma y mi radar -
-Quién soy yo para juzgar entonces- determinó Darío mientras tomaba otro sorbo
A Dario no se le daba mucho eso de confiar en uno mismo, cuando debía tomar una decisión necesitaba que los datos lo acompañen o en su defecto que el sentido común lo acompañe. No era de las personas que tomaba decisiones alocadas como tomar un café con un extraño, aunque lo estaba haciendo.
-¿Y vos? - dijo Anahí retomando, esta vez, ella la conversación
-¿Yo qué? -
-¿No te parece arriesgado tomar un café con una extraña? -
-La verdad que sí -
-¿Y entonces? -
-Pero vos no sos una extraña -
-¿Qué soy entonces? -
-Una extraña con un violenchelo-
Se ríen los dos mientras toman el último sorbo de sus Carajillos. La camarera pasa por al lado de la mesa y Darío le hace la seña de la cuenta.
-Joda joda se hicieron las 9 ya - dijo Anahí mirando su reloj
A Dario le gustó eso de que tenga un reloj pues odiaba que la gente use su celular para ver la hora.
-Sí, es verdad. ¿Querés ir a cenar?-
Darío entendió que era su momento de tomar la iniciativa pero la camarera trae la cuenta e interrumpe la respuesta. Anahí mira el ticket.
-850- dijo al unísono mientras abría su bolso
-¿Qué haces?- preguntó Darío con más orden que interrogación
-Pagando- respondió Anahí con un gesto de obviedad
-Pago yo, por favor- sugirió Darío
Para Darío la caballerosidad era una de sus principales características, siempre dejaba pasar primero a las mujeres y pagaba la cuenta. Pero esta vez no iba a ser así.
-No voy a entrar en esa discusión, yo te traje, yo te pago- dijo firmemente Anahí
-Bueno, al menos dejame pagar la mitad- dijo Darío sin obtener respuesta
Darío quedó sorprendido, no era común para él que una mujer sea tan tajante en ese sentido y a pesar de que le tenía un poco de pavor a su firmeza por otro lado le producía una profunda admiración.
-200, 300, 400, 500, 600, 700, 800. No tengo billetes de 50- dijo Anahí pensando en voz alta
Darío amaga a agarrar un billete de su bolsillo.
-Ni se te ocurra- le dijo Anahí sin siquiera mirarlo
Finalmente Anahí colocó uno de cien en la mesa y le dejó cincuenta pesos de propina a la camarera. A Darío le sorprendió pues era raro que una supuesta artista ambulante deje esa generosa propina. Los dos salieron del lugar y se detuvieron en la salida.
-Entonces. ¿Querés ir a comer si o no?- repreguntó Darío
-Mañana es feriado, así que sí- respondió Anahí
Darío ríe pero ahora su pensamiento pasa por dónde ir a cenar. -¿A dónde la llevo ahora?- se preguntó -¿Un restaurante caro?- seguía interrogándose -No, demasiado lujo- se respondió a si mismo -¿A Güerrín? No, muy porteño-
-Solo te pido que no me lleves a un restaurante muy lujoso ni una pizzeria- dijo Anahí casi leyéndole el pensamiento a Darío
Darío quedó perplejo
-¿Entonces a dónde?- dijo Darío dándose por vencido
-No sé- respondió Anahí
-¿Querés venir a mi casa?- dijo Darío sin pensarlo demasiado
-¡Dale!- respondió Anahí con entusiasmo
-Bien, pero no vivo muy cerca de acá- advirtió Darío
-No importa. ¿Cómo viniste?- preguntó Anahí quitando el dramatismo
-En subte- respondió Darío
-Entonces en subte vamos a ir- resolvió Anahí
Los dos comenzaron a dirigirse hacia la estación de Parque Patricios. Todo era perfecto, caminaban en el atardecer y estaban dirigiéndose hacia la querida linea “H” de Darío.
-Qué raro- soltó Anahí
-¿Qué cosa?- respondió Darío extrañado
-Perdón, es que a veces pienso cosas y termino diciendo mi veredicto en voz alta- se justificó Anahí
-¿Y en qué estabas pensando?- se interesó Darío
-En el por qué en un domingo nublado un hombre saldría tan lejos de su casa- respondió Anahí
-Ese hombre soy yo, imagino- apostó Darío
-Exactamente, mejor dicho, ¿qué haces acá un domingo si vivís tan lejos?-
-Porque me aburría- respondió con sencillez Darío
-¿Te aburrías?- se intrigó Anahí
-Lo que escuchaste-
-¿Y no se te ocurrió ver una película en Netflix, leer un libro, escuchar música en vez de salir hacia cualquier parte?-
-No. Primero, odio el entretenimiento digital. Segundo, no leo libros cuando está nublado. Tercero, no se me ocurrió lo de escuchar música- respondió
-¿Cómo es eso de que odias el entretenimiento digital?- preguntó
-Simplemente no me gusta- respondió Darío
-Bien. ¿Y eso de no leer si está nublado?- preguntó Anahí
-Me obligo a no leer si no hay sol, necesito de la luz para poder leer-
-Hay algo llamado electricidad- soltó Anahí con sarcasmo
-Ya sé, pero igualmente necesito que el sol me abrace para poder sumergirme totalmente en la lectura-
-Que poético- concluyó Anahí
Un cartel luminoso les indicó que ya habían llegado a la estación, bajaron con el tumulto, pasaron por el molinete y se posicionaron al final del anden para esperar al tren que ya estaba metiéndose a la estación. Entraron. El tren se encontraba casi vacío por lo que pudieron sentarse. Este sí era de los coches antiguos que tanto le gustaban a Darío.
-¿Y por qué a Parque Patricios?- retomó Anahí la conversación
-¿Cómo por qué?- preguntó
-Claro, ¿por qué elegiste venir acá y no a otro lado?-
-Por azar. Me puse ahí y elegí la estación- respondió señalando el cartel que indicaba las paradas
-Sos raro eh, pero me gusta tu rareza Darío-
Darío la miró y sonrió. Mantuvo esa sonrisa hasta que llegaron. No fue necesario hablar porque Anahí reposó sobre su pecho todo el viaje y esa fue la única melodía que Darío quería oír.
Salieron de la estación y ya había anochecido aunque las nubes seguían allí. Comenzaron a caer unas gotas por lo que Darío y Anahí apuraron el paso hacia el departamento.
-Bienvenida a mi hogar- dijo Darío mientras abría la puerta
-Me gusta, tiene una onda… analógica…- dijo Anahí
-Ya te dije, no me gusta lo digital- respondió Darío
-¿Qué vamos a comer?- preguntó Anahí mientras dejaba el violenchelo en el sillón
La cabeza de Darío no había ideado esto -Claro, yo la invité a casa pero nunca pensé en qué cocinar- se dijo -¿Y si pido delivery? No no, es demasiado- se respondió. -Mejor le cocino yo, pero ¿qué?- se repreguntó.
-Ese silencio quiere decir que no sabes qué cocinar, ¿no?- le preguntó Anahí casi leyéndole los pensamientos (por segunda vez)
-Exacto- respondió Darío ya sin sorpresa
-Bien. ¿Qué te hubieses cocinado si estabas solo?- le preguntó
Darío miró hacia la alacena, observó detalladamente cada ingrediente y herramienta que poseía para cocinar. Se le ocurrió.
-Wok de verduras y pollo con fideos- respondió
-Me encanta ese menú- respondió Anahí
Darío se puso a cocinar mientras Anahí hurgaba por su departamento. Vio una biblioteca llena de libros.
-¿Y todos estos libros los leíste en los días de sol?- exclamó Anahí burlándose
-Exacto- respondió Darío
-Hay que tener ganas, eh- dijo Anahí extrañada
Siguió husmeando y encontró otro mueble lleno de discos de pasta.
-O sea que no te gusta el entretenimiento digital pero si el analógico- dijo Anahí
-Con algo me tengo que divertir- respondió Darío
Anahí miró hacia los costados y encontró lo que buscaba, una hermosa y antigua vitrola. Sin preguntar, Anahí eligió un disco, lo posó sobre el tocadiscos y comenzó a reproducir el álbum “Come Fly With Me” de Frank Sinatra. El escenario era digno de los años 60 y a Darío le encantaba.
-La comida está lista- exclamó Darío posando los platos sobre la mesa
Anahí se sentó. Darío destapó un Malbec añejado y lo sirvió en las copas.
-Me imaginé que siendo un hombre tan analógico tenías vinos así- exclamó Anahí
-Sí, pero solo lo abro en ocasiones especiales- respondió
Anahí tomó un sorbo del vino.
-Tenés un muy buen gusto, Darío- dijo
-¿Será por eso que me gustas vos?- soltó Darío
La comida había quedado a un lado, la química que había en el ambiente era inminente y sus miradas demasiado fuertes. Anahí se levantó y le extendió la mano a Darío quien también se levantó y casi al mismo tiempo que la vitrola comenzó a reproducir “April in Paris” sus labios se estamparon uno con el otro con una pasión ferviente y en ascenso. Se largó a llover afuera. Ese beso era la conjunción de dos almas tan desiguales que se complementaban a la perfección, rápidamente la pasión ascendió al punto de dejar el comedor y pasar a la habitación. La comida se enfrió y la noche pasó.
Anahí fue la que se despertó primero al día siguiente. Decidió preparar el desayuno. Darío se despertó y al ver que Anahí estaba en la cocina se sentó en la mesa.
-Buen día- exclamó Darío
-Buen día- respondió Anahí mientras le servía el desayuno y se sentaba frente a él
Tomaron el desayuno rápidamente. Entre que no habían comido la cena y la pasión de ayer estaban muy hambrientos los dos.
-¿La pasaste bien ayer?- pregunto Darío
-Muy bien, ¿vos?-
-También-
-Al fin coincidimos en algo- bromeó Anahí
Darío levantó los platos y los llevó a la mesada. Miró por la ventana al cielo que seguía gris.
-Sigue nublado- exclamó con pena Darío
-Por suerte- respondió Anahí para fastidiarlo
Se miraron con una sonrisa. Anahí se fue a cambiar. Otra vez, Darío no sabía que hacer pero esta vez tenía un partenaire que lo acompañaba en el aburrimiento.
-¿Qué hacemos hoy?- preguntó Darío
-Leemos- dijo Anahí con certeza
A Darío le asustó la firmeza con que lo dijo. No quería discutir pero tampoco leer si no había sol.
-¿Estás jodiendo?- preguntó Darío con ingenuidad
-En absoluto. Te voy a enseñar a leer sin sol- dijo Anahí tomando dos libros de la biblioteca
Darío no tenía escapatoria, sabía que cuando a Anahí se le metía algo en la cabeza lo conseguía. Anahí le extendió un libro a Darío y se quedó uno para ella.
-Esto no va a funcionar- dijo Darío
-¿Confiás en mí?-
-Claro que confío en vos pero yo necesito calor de la luz solar para leer, ya te dije- mantuvo Darío
-¿Y entonces qué vas a hacer un día nublado?- exclamo Anahí
-Te tengo a vos- respondió
-Yo no estaría tan segura- titubeó Anahí
A Darío no le gustó eso.
-¿Cómo que no estarías tan segura?- dijo Darío con un tono de preocupación
-No importa, vamos a leer, dale- exclamó
Darío se quedó pensando -¿Cómo es eso de que no estaría tan segura? ¿Qué quiso decir?- se preguntaba.
-Dale, abrí el libro- le ordenó Anahí
Darío abrió el libro y casi al mismo tiempo Anahí posó su cabeza sobre el hombro de Darío. Eso era. Ahí estaba. Ese era el calor que necesitaba para leer. No era necesario que haya sol bastaba con que su cuerpo se sienta acogido. En este caso el calor no estaba en su piel, sino en su corazón.
-¡Lo conseguí!, logré que leas sin sol- exclamó Anahí con alegría
Darío rió y los dos siguieron leyendo hasta quedarse profundamente dormidos.
Pasaron dos horas exactamente y Darío despertó, tenía el libro abierto pero Anahí no estaba.
-¡Anahí!- exclamó Darío preocupado
Dejó el libro sobre la mesa y cuando estaba a punto de levantarse del sillón, vio una nota con su nombre, la leyó:
Darío, pasé un tiempo increíble con vos, la química y magia que tuvimos no la voy a olvidar jamás pero me tenía que ir. En este momento estoy viajando hacia Estados Unidos para estudiar música en Berklee. ¿Por qué no te lo dije? Bueno, apenas te vi me dí cuenta que eras un alma en busca de un acompañante y yo no quería pasar mi última noche acá sola por lo que me acerqué a vos y obvié el pequeño hecho de que me iba a ir. Seguramente estés enojado pero espero que, con el tiempo, entiendas y que en el futuro el destino nos cruce de nuevo. Tal vez es apresurado pero te amo Darío. Gracias por todo.
Darío quedó muy disgustado. No entendía por qué se había acercado a él si ya sabía que lo iba a dejar. Le abrió las puertas de su casa y así le pagaba, yéndose y dejando una nota mas demoledora aún. Su enojo se mezcló con una angustia inminente e hizo catarsis. Darío no era una persona que llore demasiado, podría asegurar que jamás lloró por algo que no sea golpearse el dedo chiquito con un mueble. Esta fue su primera vez llorando por un dolor que no era físico.
Darío estuvo más callado de lo normal, sus compañeros de trabajo se sorprendieron pero no lograron sacarle una palabra. Su cara lo expresaba todo. Cayó en la rutina de levantarse, desayunar, ir al trabajo, volver, comer y dormir.
Pasó la semana. Otra vez era domingo y de nuevo estaba nublado. Era como si el destino estuviese jugando con él. Su corazón seguía en duelo por ese amor fugaz y efímero que presenció con tanto fervor. Darío estaba profundamente angustiado pero lo que no sabía era que había presenciado a una persona ambulante. Esas que transitan por las calles de nuestra existencia tocando su música, algunas piden algo a cambio y otras lo hacen por simple altruismo. Esas que llegan a nuestra vida y nos proporcionan el cambio que necesitamos y luego se van. Son efímeras, son fugaces, son rápidas pero nos perpetúan por el resto de nuestra vida. A veces, nos dejan una marca. Otras veces nos lastiman y nos dejan una herida que luego se transforma en cicatriz, otras nos dejan una enseñanza como que es posible leer cuando no hay sol.