Todos tuvimos a alguien quien nos robó esa ilusión, esas ganas de amar, ser amado, de abrirse, de sentir.
Recientemente un amigo fue víctima de este tipo de robos, me aseguró que se sentía aturdido y no sabía que sentir, que hacer ni mucho menos que decir, cada situación es compleja y estos son los principales síntomas de este delito. Esto hizo que me remontara a la primera vez que me robaron, me sentía de manera muy similar y me perjuré que no iba a abrirme nunca jamás, que iba a jugar al racionalismo e iba a anular todos mis sentimientos. Obviamente, promesas falsas que fueron difíciles de cumplir.
Siempre que nos roban nos sentimos inseguros, queremos aumentar nuestras defensas y por sobre todas las cosas no abrirle mas a nadie nuestras puertas.
Camila
Ese era su nombre, normalmente los ladrones comunes no se relacionan con nosotros hasta el punto de saber su nombre, pero en este caso si es así. Recuerdo lo inexperto que era, me abrí desinteresadamente sin esperar nada a cambio. Habíamos tenido una fuerte relación, fue nuestra primera vez en muchas cosas y la mayoría las hacíamos juntos, conocía su casa como si fuera la mía y en viceversa. Recuerdo cómo a veces jugábamos a decir cosas del otro y en la mayoría de las ocasiones ella sabía mas de mi que yo mismo. Eramos cual principito y su rosa*. Pero todo tiene su precio a pagar.
Dejar abierta la puerta de tu casa es un riesgo, puede llegar a entrar desde el mismísimo Antonio Banderas hasta un ladrón cualquiera, obviamente es mas propenso a que suceda lo segundo pero la experiencia está asegurada. Camila comenzó a tener actitudes extrañas conmigo, aseguraba que era algo temporal y que no era mi culpa si no que era un problema consigo misma. Quise ayudar, al fin y al cabo era prácticamente mi hermana pero me aseguró que podía sola. La dejé. Mi inexperiencia no fue de ayuda, no sabía como tratarla al verla tan mal día a día ni tampoco como poder tratar el tema, de a poco se iba convirtiendo en un infierno que yo también vivía. Pasaban los días y las cosas iban empeorando, hasta que un día me dió una carta.
-Esto soy yo ahora. Leélo- me dijo
Procedí a hacerlo, encontré esa carta como una forma de entender por qué las cosas con ella no eran como antes. Alegorías a burbujas y cenizas eran las que proliferaban en ese texto, aseguraba que estaba en su burbuja ya que nadie la quería y que su presencia en este mundo no tenía sentido, cada palabra que iba pasando, mi infancia iba matando. El hecho de que haya sido un manuscrito tampoco ayudó ya que conforme iban avanzando las palabras el pulso iba quebrantándose como si algo dentro de ella se rompiera. Ahí estaba yo, con lo que era una nota de suicidio y mis tan solo once años, parecería por nuestra edad que era tan solo un juego de niños pero puedo asegurar que no.
Al siguiente día me decidí a hablarle, como siempre ella estaba en un rincón con la mirada baja. Le comenté que había leído la carta y que realmente era algo muy complejo -no era algo fácil para mi asimilarlo- le sugerí ir al psicólogo pero ella estaba tan cerrada que mis comentarios pasaron totalmente desapercibidos. Luego de dar varias soluciones vacías, le dije:
-Decime por favor que puedo hacer por vos, no puedo verte mas así-
Levantó la mirada y la fijó hacia mí.
-Empatía, solo eso te pido- imploró
Mi ser inexperto solo atinó a ponerse al lado de ella, en su misma posición, con la mirada baja y tomarla de la mano. Me sonrió. Nos mantuvimos así por un largo tiempo.
Conforme pasaban los días, me iba enseñando lo que hacía en esa “burbuja” de a poco me fue adoctrinando para estar igual que ella -en depresión-. Yo sentía que era lo mínimo que podía hacer luego de que me haya dado tantas alegrías, sacrifiqué lo más preciado, mi plenitud. De alguna manera volvimos a estar juntos, pero era raro, ya no había risa si no llanto, ya no había anécdotas si no problemas pero ese era el precio a pagar para estar con ella y lo acepté.
Pasaban los días y yo estaba entrando en un terreno que jamás había transitado, imaginen que el único problema de un chico de once años era que no den su programa favorito en la tele. Mi empatía fue aumentando hasta estar en el mismo lugar que ella. Un día nos encontramos:
-Mirá, te tengo que mostrar algo- me dijo
Extendió su brazo y arremangó su buzo. Lo ví. Ese estado había llegado a uno de sus peores formas, la autoflagelación, no era algo fácil. En un principio me enojé le dije que con eso no solucionaba nada y que no era la forma en absoluto de intentar superar los problemas. Me miró sorprendida, comenzó a llorar y balbucear que si yo no la apoyaba era porque no la quería, que yo me había comprometido a hacer lo mismo que ella y que también debía hacerlo. Me fui sin decir mas nada.
Días luego, volvimos a hablar, le pedí disculpas por enojarme pero reafirmé que no lo haga mas, ella solo pedía una condición: que yo también me autoflagele. No le quería mentir, pero tampoco quería dañarme. Me amenazó hasta el punto de asegurar que si yo no le enviaba fotos iba a terminar con toda nuestra relación. Dicho y hecho, yo no hice nada y ella decidió dejarme de hablar, entré en un momento de desesperación y no me daba cuenta de lo toxica que era esa situación, ella comenzó a deformar los hechos con el resto de nuestros amigos asegurando que yo era una mala persona. Todos le creyeron.
Estaba destrozado, no solo que no podía hablar con nadie si no que, lo mas importante, no podía hablar con ella. Mi único requisito para volver a tenerlo todo era lastimarme. Por suerte fui inteligente. Es a día de hoy que me agradezco el hecho de haberme puesto por encima de esa maldita relación, de no haber cometido locuras y por sobre todas las cosas salir de ese mortífero ambiente.
A veces, no es malo ser malo
En ciertas ocasiones debemos ser malos, aceptar que cierta gente en nuestra vida no debe tener ni un mínimo de importancia. Si bien es verdad que debemos tener una capacidad muy grande para saber con quién ser malo y con quién no, es algo que de a poco iremos aprendiendo, el leer a las personas no es fácil pero debemos ser perspicaces al momento de cortar de raíz a alguien que nos pueda hacer mal. No nos acercamos a cualquier persona en la calle porque tal vez nos puede robar.
Si, es verdad, ella fue capaz de robarme por un largo tiempo mi capacidad de amar, de abrirme y permitirme ser amado pero podría haber perdido muchísimo mas. En efecto, no me arrepiento de mis acciones, si bien todo eso fue bastante nocivo fui capaz de sacarle un aprendizaje muy grande, si tendría una máquina del tiempo dejaría que todo pase de nuevo, para aprender y saber. Es parte de lo que soy a día de hoy.
Obviamente que luego de eso me fue muy difícil volver a abrirme y creo que todos hemos pasado por algo igual con más o menos similitudes si bien mi historia parece un poco impactante puedo asegurar que hay peores. Sé bien que luego de malas experiencias no queremos volver a confiar, nos convertimos en personas cerradas y apáticas en un afán de que no nos vuelvan a lastimar pero sería muy injusto para nosotros privarnos del resto de nuestra vida espiritual por una sola persona (y en parte sería darle demasiada importancia a esta misma).
Lo importante al fin y al cabo es la moraleja; ¿Qué aprendí? que debemos ser cautos pero tampoco debemos ir con miedo por la vida, debemos tener cuidado de a quién nos abrimos y en qué medida, si te han lastimado tranquilo que la vida te va a saber recompensar poniéndote a las personas correctas en el momento correcto, todo va y todo vuelve. La vida es un aprendizaje constante y debemos ser inteligentes para sacarle el jugo máximo a cada experiencia. No hay que enamorarse de lo que nos hicieron en el pasado.
*Alusión al libro “El Principito” de Antoine Saint-Éxupery